Divulgación de la ciencia a pie de montaña y de mar

jueves, 1 de diciembre de 2011

Échale narices al frío.

Parece que esta vez el invierno está llegando para quedarse. Es hora de encender la chimenea o pegarse a los radiadores bien alimentados por las calefacciones pero... ¿qué pasa ahí fuera? ¿en la naturaleza? Pues desgraciadamente los animales muchas veces han de soportar temperaturas muy poco agradables y lo solucionan gracias a adaptaciones muchas veces curiosas e ingeniosas, si no que se lo pregunten a los macacos japoneses de los que hablábamos en una entrada reciente que aprovechaban las aguas termales para calentarse. No vamos a encasillarnos en los macacos, ya hablamos de ellos y han recibido de nuevo una merecida atención pero nos vamos a centrar en otras adaptaciones al frío.

Por lo general, un animal que detecte una pérdida de calor, erizará el pelaje o las plumas y se desplazará a un lugar más resguardado, con esto consigue reducir la convección y la disipación de calor corporal por el viento. Es lo que entre nosotros solemos decir "tienes piel de gallina" o "tienes piel o carne de pollo" según los distintos lugares. Además cuentan con unas gruesas capas aislantes de grasa subcutánea o de un grueso pelaje o plumaje que los aisla del frío externo. Por si no fuera poco el grosor de estas capas cambia según sea la estación del año, ajustando la calidad del aislamiento de acuerdo con las necesidades del animal.

El párrafo anterior es una pincelada muy general, puesto que este tema da para escribir un libro entero. Habrá más post entrando en detalle de adaptaciones al frío. Pero hoy quiero centrarme en una de ellas. La de un mamífero artiodáctilo que habita en Asia central. Se trata del saiga (saiga tatarica). A todos nos habrán dicho alguna vez que es mejor respirar por la nariz que por la boca, además de porque existen barreras dentro del aparato nasal para retener posibles elementos perjudiciales (microorganismos, bacterias, aeropartículas...), porque el aire se calienta en el recorrido que traza hacia los pulmones. El saiga vive en estepas con un marcado clima continental y árido, lo cual supone que en invierno tenga que soportar un frío intenso y en verano, una temperatura muy elevada de forma que el suelo está muy seco y se levanta mucho polvo. La evolución ha dotado a los saigas de una curiosa y alargada nariz en forma de probóscide muy móvil que, aunque no se sabe con certeza, se cree firmemente que supone una adaptación que calienta el aire gélido del invierno y filtra el polvo en verano.

El saiga (saiga tatarica), un artiodáctilo que le echa narices al frío.

Ya que estamos hablando de los saigas, no me resisto a poner otra curiosidad sobre este animal lleno de sorpresas y es que tiene una inmadurez muy poco duradera, es capaz de tener descendencia pasados sólo los 8 meses de vida, pero todavía más increíble es que el primer parto siempre está formado por gemelos, pero en todos los restantes parirán a una única cría.

Así que, ahora que de verdad llega el invierno, si alguien os dice "hace un frío de narices" seguro que encontrais el sentido biológico de la frase en los saigas.

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